lunes, 3 de agosto de 2009

Blues

They call it stormy Monday, dice Etta James, y me pregunto cuándo fue la última vez que escuché blues. Ha pasado mucho tiempo desde los conciertos de la Caledonia, de cuando los jueves significaban ir al Urbano a ver a Charly y los Entresuelos (¿qué fue de todos ellos? Hace poco vi un cartel anunciando un concierto de Lolo Ortega. ¿Y Charly? ¿Siguió con la música, con el blues?).

Habíamos decidido que nos gustaba el blues y pusimos en ello toda nuestra fe de conversos a los tres acordes: recuerdo una conversación en un tren sobre si era mejor el blues negro o el blues blanco (qué más da, mientras cace ratones), discos grabados en cintas con espacios al final que se rellenaban con cualquier cosa y que a veces se escuchaban casi por obligación.

La música marcaba la diferencia. Éramos distintos, éramos (aunque nunca lo dijéramos en voz alta) mejores, escuchábamos música que no sonaba en ninguna radio (o casi, ¿cómo se llamaba aquel presentador de Radio Aljarafe?). Como cualquier adolescente buscábamos sentirnos especiales y en ese momento el blues se cruzó en nuestro camino.

Luego algo cambió. Crecimos, supongo. Clapton ya no era Dios (Dios no hubiera compuesto Layla) y Janis Joplin gemía dónde antes había estado Sonny Boy Williamson (¿cuántas veces había escuchado aquella cinta? ¿Dos? Pero era Sonny Boy). Algunos pasaron al Heavy, otros a los Beatles, yo cambié mi religión a Silvio Rodríguez.

Pero ahora Etta James me lleva de nuevo a ese grupo de amigos sentados en el suelo del Urbano, a un solo de guitarra que se parecía mucho a tantos otros, a las fantasías de montar alguna vez nuestro propio grupo.

They call it stormy Monday, but Tuesday is just as bad.

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