miércoles, 18 de enero de 2012

Con la deuda no se juega: Egipto 1882

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)

 
Hoy quiero contaros una historia en la que el responsable de hundir la economía deja su cargo, y no solo sale indemne sino que además se lleva una buena indemnización, en que unos países acaban dictando la política de otro en nombre del déficit y en la que ciudadanos hartos de sufrir las consecuencias de una crisis de la que no son responsables protestan pidiendo más democracia. ¿La Europa de nuestro tiempo? No. Egipto a finales del siglo XIX. Para que luego digan que la historia no se repite.


El sueño de Ismail

Ismail Pacha
Ismail Pachá. Autor desconocido.

Desde 1863 gobernaba Egipto Ismail Pachá, nieto de Mehmet Alí, un soldado albanés albanés que había sabido maniobrar para hacerse con el poder en los convulsos tiempos que siguieron a la retirada del ejército napoleónico. Mehmet había convertido a Egipto en una potencia local, que seguía bajo soberanía turca solo nominalmente.

Ismail había continuado y acelerado el programa de reformas de su abuelo,  con el objetivo de poner a Egipto al nivel de las países europeos: "No somos un país de África, sino un país de Europa", decía. Al mismo tiempo extendía sus fronteras hacia el sur, con el sueño de construir un nuevo imperio egipcio que se extendiese a lo largo del Nilo, desde el nacimiento hasta su desembocadura.

Pero todo esto costaba dinero. Mucho. E Ismail, aunque culto y trabajador (pasaba todos los días entre ocho y doce horas diarias en su despacho dedicado a los asuntos de estado), tenía un importante defecto: no entendía nada de economía. Y otro aún mayor: elegía para representarle a personas aún más incapaces (o corruptas).




El fantasma de la deuda

Un ejemplo lo tenemos cuando delegó en su ministro Nubar Pachá que renegociase las desfavorables condiciones de la concesión del canal de Suez, cuya construcción se había iniciado bajo el gobierno de su antecesor. A cambio de una pequeña parte de los beneficios, Egipto había renunciado al control del canal y las fértiles tierras que lo rodeaban durante noventa y nueve años, además de proporcionar el agua, los materiales y, más importante, mano de obra barata para su construcción (se calcula que más de cien mil egipcios murieron en el proceso).

Construcción del canal de Suez.

Pero Nubar no solo no logró mejorar las condiciones, sino que además Egipto se vio obligado a pagar 4 millones de libras a la empresa concesionaria de las obras. No pudo llegar en peor momento. El costoso programa de reformas se había emprendido confiando en los altos precios  que el algodón, principal exportación egipcia, había alcanzado por la Guerra de Secesión estadounidense. Pero cuando los precios volvieron a bajar la economía egipcia se encontró sin posibilidad de financiar los nuevos graneros, carreteras o puertos que eran el orgullo de Ismail. Eso sin hablar de sus sueños expansionistas.

Al rescate acudieron los inversores europeos, contentos de prestar dinero a un país amigo. A cambio, eso sí,  de un interés bastante alto. Pero todo el dinero que se conseguía con la venta de bonos, Ismail lo gastaba a manos llenas, lo que acababa en la necesidad de nuevos préstamos hasta que acabó siendo evidente para todos que el país se deslizaba inevitablemente hacia el colapso económico.

¿Qué hicieron entonces las potencias europeas? ¿Negociar un plan de rescate? ¿Una moratoria o disminución de los exhorbitados intereses hasta estabilizar la economía de un país amigo?


El adiós de Ismail

Evidentemente no. En su lugar forzaron al sultán otomano, aliviado de que por una vez el problema de la deuda lo tuviera otro, a destituir a en 1879 a Ismail Pachá y nombrar en su lugar a su hijo Tewfik como nuevo Khedive (gobernador). Un cargo que no iba más allá del nombre, ya que el gobierno efectivo del país se dejó en manos de ingleses y franceses en lo que recibió el nombre de control dual, y cuya principal misión fue que no dejase de fluir dinero hacia los bolsillos de los propietarios de bonos egipcios.

Los últimos días en su cargo fueron de mucho trabajo para Ismail. No debió de ser fácil decidir qué mujeres de su harén debían acompañarle al mismo tiempo que se dedicaba a saquear minuciosamente los tesoros de varios palacios egipcios para llevárselos a su exilio en Nápoles. Y por si eso no era suficiente, además las potencias europeas le concedieron un subsidio de 2 millones de libras por las molestias (no sé a vosotros, pero a mí esto de culpables de hundir un país o una empresa que no sólo se marchan de rositas sino que además se llevan una buena indemnización me suena bastante actual).


Rebelión y intervención armada

Llegados a este momento no es de extrañar que surgiera una respuesta. Varios oficiales egipcios se rebelaron y tomaron el poder en 1882, recibiendo el apoyo tanto de las clases ilustradas como del pueblo llano, que veía como el fruto de su trabajo se iba en impuestos cada vez mayores. Entre los propósitos de los sublevados estaba eliminar de los altos cargos a la corrupta élite de origen otomano y convertir Egipto en una monarquía parlamentaria de corte europeo.

Pero las potencias sólo vieron en el cambio de gobierno una amenaza a la continuidad del pago de la deuda, aún más cuando el nuevo gobierno suspendió la ley según la cual la mitad de los ingresos del estado egipcio debían dedicarse a este fin.

Francia y Gran Bretaña emitieron una dura nota de amenaza, que sólo consiguió provocar una ebullición del sentimiento nacionalista egipcio. A partir de ahí la tensión de dejó de aumentar, más aún cuando los dos países enviaron barcos de guerra al puerto de Alejandría para forzar la renuncia del nuevo gobierno. La visión de la flota inflamó a la población de la ciudad, que se lanzó a la persecución de los europeos y sus colaboradores, dejando a su paso medio centenar de muertos. Dos semanas después buques británicos bombardeaban la ciudad.

Imagen de Alejandría tras el bombardeo británico de 1882 (fuente).

Finalmente, el 14 de septiembre de 1882 tropas británicas derrotaban al ejército egipcio en Tel el-Kebil. A los podos días entraban en El Cairo y devolvían el poder a su legítimo propietario, el Kedhive Twefik.


Epílogo

Aunque nominalmente el poder volviera al Kedhive, en la práctica Egipto se convirtió en un protectorado británico. Una situación inicialmente concebida como provisional, hasta que el país se estabilizase (y se garantizase el pago de la deuda, claro), pero que finalmente se prolongó hasta su independencia en 1922.

La cuestión egipcia se convirtió en un asunto incómodo para el gobierno británico, condicionando su política en África durante los años siguientes. Además es considerado como uno de los hechos que acabó desencadenando la carrera por el reparto de África que estaba a punto de desatarse.

Aunque nada de esto debió resultar de gran importancia para los ciudadanos egipcios, que siguieron pagando con su sudor la deuda creada por un gobernante incapaz que terminó sus días rodeado de lujos en Europa.



Fuentes:

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