martes, 25 de marzo de 2014

Tyr, el dios manco de la guerra

Continuamos el repaso a los dioses de la semana inglesa. Hoy nos detendremos en Tyr, la versión nórdica del dios de la guerra germánico Tiw, cuyo Tiw's Day se convirtió en el Tuesday anglosajón. Tras una pequeña introducción os contaré la leyenda sobre cómo Tyr perdió su mano derecha, para terminar comentando brevemente el trágico destino del dios (al final del texto tenéis unos botones para salvar la entrada como pdf o epub por si os resulta más cómodo leerlo en vuestra tablet o libro electrónico).


Un dios antiguo

 

Al adaptar los nombres de los días romanos los pueblos germánicos identificaron a Tiw con Marte, pero Tiw/Tyr era algo más que eso. También fue el dios de la justicia, el honor o el sacrificio. Parece que se trataría de uno de los dioses más antiguos e importantes (Tyr significa dios en noruego arcaico), que fue siendo desplazado por la cada vez mayor popularidad de Woden/Odín, que en las sagas nórdicas se convertiría en el padre de Tyr. Esta pérdida de favor se tradujo en que Tyr aparece escasamente nombrado en dichas sagas, a pesar de ser considerado como uno de los dioses principales y merecedor de uno de los doce lugares de honor en Asgard

Cosa curiosa para un dios de la guerra, Tyr es manco de su mano derecha, la de la espada. La historia de cómo el dios perdió su mano es una de las más populares de la mitología nórdica, y una de las pocas donde Tyr tiene algo de protagonismo. Aun así su papel es menor al lado de su verdadero protagonista, una de las bestias más famosas y terribles para los vikingos, el gigantesco lobo Fenrir.


De cómo Tyr perdió su mano

 

Nuestra historia comenzó como un rumor que circulaba por Asgard, el mundo donde residían los dioses. Se decía que últimamente a Loki se le veía mucho por Jötunheim, el mundo de los gigantes, y que incluso se había encaprichado de una giganta. Al principio Odín no prestó atención a las habladurías, ni siquiera cuando escuchó que el dios había tenido tres hijos con la giganta Angrboda. Loki era así, y él mismo había tenido algún escarceo con gigantas en el pasado. Pero cuando se enteró del aspecto de las criaturas empezó a preocuparse seriamente.

Aunque pronto dedicaremos una entrada a hablar del padre de los dioses hay una cosa que deberíais saber de él: es tuerto. Bueno, en realidad lo importante no es que le falte un ojo, sino cómo lo perdió. Lo sacrificó a cambio de poder beber de la fuente de la sabiduría, obteniendo la capacidad de vislumbrar el futuro. Uno podría pensar que este es un poder estupendo, que ya nos gustaría tenerlo nosotros. Pero eso sería siempre que lo que vieras no fueran imágenes de cómo el mundo se encamina hacia su destrucción en una gigantesca batalla final donde perecerán tus seres queridos, claro.

En estas trágicas visiones tenían un papel destacado unas criaturas que coincidían con la descripción que le habían dado de los hijos de Loki y Angrboda. Odín se había jurado hacer cuanto pudiese por cambiar lo profetizado, o al menos atenuar sus consecuencias, y esta podía ser una buena oportunidad. Reunió a un grupo de AEsir (los dioses de Asgard) y les mandó que trajeran ante él a las criaturas.

En efecto eran tal y como se rumoreaba: una serpiente y un lobo, llamados Jörmundgander y Fenrir, que aun siendo muy jóvenes superaban en tamaño y ferocidad a cualquier otro miembro de su raza. Pero si estas gigantescas bestias resultaban impresionantes, mucho más terrible era su hermana Hel, que podría haber sido una hermosa muchacha si la mitad de su cuerpo no tuviera el aspecto de un cadáver a punto de corromperse.

Los hijos de Loki, por Emil Doepler (fuente).


Al tenerlos frente a él Odín pudo confirmar sus sospechas, estas eran las criaturas que aparecían en sus visiones. Mientras las observaba se fue reuniendo a su alrededor una turba de dioses que reclamaban que se acabara allí mismo con las abominaciones. Odín los mandó callar: "No se cometerá el sacrilegio de derramar sangre en tierra sagrada". Quizás esta fuera la oportunidad que había estado buscando. Los hijos de Loki aún eran jóvenes, y si se les atraía al lado de los AEsir tal vez se pudiera cambiar el destino del mundo.

El padre de los dioses concentró su atención en la serpiente Jörmundgander. Todo lo que veía en ella era odio y destrucción. Pensando que no podría sacar nada bueno de ella mandó arrojarla al mar que bordeaba la tierra de los hombres. Allí la bestia creció tanto que su cuerpo rodeó el mundo hasta acabar mordiendo su propia cola, formando un círculo que se mantendría hasta el final de los tiempos. Los vikingos la llamaron la serpiente de Midgard, y cuando el mar estaba embravecido lo achacaban a que la bestia se agitaba en las profundidades del océano.

A continuación se dirigió a la muchaca-cadáver Hel. La joven no tenía culpa de su terrible aspecto y Odín pensó que podía ser la persona adecuada para gobernar Niflheim, el mundo donde acaban los que mueren de vejez o enfermedad. Hel se reveló como una gobernante preocupada por el bienestar de sus súbditos, aunque la existencia de estos no fuera más que un gris reflejo de la vida reservada a los guerreros que habían ganado la gloria eterna en el Valhalla.

Ya sólo quedaba el enorme lobo Fenrir. Odín presentía que su futuro estaba de alguna forma ligado al de la bestia. Ignorando las protestas de los otros dioses anunció que habría de ser criado en Asgard, con la esperanza de que al crecer se volviera un poderoso aliado en la futura lucha contra los gigantes.

Si la intención de Odín era amaestrar a Fenrir como si fuera un cachorro lo cierto es que iba un poco desencaminado. En primer lugar Fenrir no era un perro, sino un lobo. Un lobo inteligente. Un lobo inteligente gigante. Concretamente podríamos decir que Fenrir era un lobo inteligente gigante con mucha, mucha mala leche. Y claro, eso complicaba un poco las cosas.

De momento no hubo forma de encontrar a ningún dios que quisiera hacerse cargo de él. Sólo Tyr tuvo el valor de encargarse de su alimentación. El resto prefería mantener una respetuosa distancia y mirar para otro lado cuando el cada vez que el gigantesco lobo decidía dejar su marca en alguna de las esquinas de Asgard. Además al cruzarse con él no podían evitar perguntarse que pasaría si un día a Tyr se olvidaba de darle de comer, y si ese día no podía haber sido hoy mismo.

Tyr feeding Fenrir
Tyr alimentando a Fenris, por Louis Huard (fuente).
La convivencia fue volviéndose cada vez más difícil conforme Fenrir crecía y se hacía más agresivo, hasta que Odín acabó reconociendo que no era posible mantenerlo por más tiempo en Asgard. Algunos dioses sugirieron librarse de él de manera expeditiva, pero la moción fue descartada ante la falta de voluntarios. Finalmente decidieron intentar engañarlo para amarrarlo en algún lugar lejos de Asgard.

A la mañana siguiente Tyr ofreció a Fenrir ir a dar un paseo hasta la lejana isla de Lyngwi junto con otros dioses. Puede que Fenrir sospechara algo de la invitación, pero era una oportunidad de salir un poco de Asgard, y a estas alturas estaba muy seguro de su propia fuerza como para temer algo de los AEsir.

Por el camino la conversación fue derivándose hacia un catálogo de fanfarronadas en el que cada dios presumía las hazañas que habían realizado. Fenrir sonreía despectivo, jactándose de que su fuerza superaba a la de todos ellos. Esa fue la señal para uno de dioses dijera "Pues mira que casualidad, precisamente traía aquí esta cadena. Seguro que no eres capaz de librarte de ella si te la ponemos alrededor". Reconozcámoslo, como plan la verdad es que no estaba muy trabajado, pero funcionó. Fenrir no pareció extrañarse de que un dios saliera de paseo con una cadena a cuestas y aceptó que le ataran con ella.

Los dioses no podían creerse que hubiera sido tan sencillo. Y, en efecto, no lo era. Apenas se habían retirado un paso cuando Fenrir se limitó a tensar un poco sus músculos y la cadena saltó hecha pedazos. Para los dioses lo peor fue la sonrisa de suficiencia que Fenrir les dedicó. Aunque sería más exacto decir que lo peor fueron los colmillos de una cuarta de longitud que asomaron de su boca cuando sonrió.

Si un lobo normal ya resulta bastante impresionante, imaginaos como sería si fuera más alto que vosotros.

A Odín no le hizo nada de gracia enterarse de la noticia. Pero como suele ocurrir todos los implicados fueron escurriendo el bulto y al final la culpa del fracaso se le echó a la cadena. Así que se encargó a los AEsir con habilidades de forja que creasen una nueva cadena que fuera el doble de fuerte de la anterior.  Una vez terminada se dejaron de disimulos y fueron directamente junto a Fenrir a retarle a que la rompiera. El gran lobo volvió a sonreír y, diciendo algo así como "Si no fuéramos colegas diría que estáis intentando jugármela", dejó que le atasen de nuevo.

Los dioses soltaron un suspiro de alivio cuando vieron a la bestia firmemente sujeta. Un suspiro muy corto. Inmediatamente Fenrir empezó a agitarse y los AEsir contemplaron como los grandes eslabones se estiraban y cedían hasta que la cadena acabó apilada en el suelo, mientras Fenrir les dedicaba una nueva sonrisa en la que se podía leer claramente algo similar a "Ya habéis visto de lo que soy capaz. Ahora más vale que tengáis cuidado conmigo".

Cabizbajos fueron a comunicar a Odín su nuevo fracaso. Pero en lugar de cambiar de estrategia se decidió volver a culpar a la cadena y encargar una nueva, lo que nos hace sospechar que tal vez el plan original había surgido del padre de los dioses y que nadie se atrevía a llevarle la contraria. Como no querían arriesgarse a fallar de nuevo, decidieron encargarle la tarea a los mejores orfebres de la creación, los enanos.

Estos acudieron a Asgard a los pocos días trayendo consigo un cofre conteniendo un fino cordel, suave y ligero como un hilo de seda. Ante la desconfianza el asombro de sus clientes, los enanos retaron a los dioses a que lo rompieran. Fue en vano; ni dividiéndose en dos grupos y tirando con todas sus fuerzas lograron que la cuerda cediera. Cuando preguntaron a los enanos de qué estaba hecha, estos respondieron que era el resultado de trenzar varios elementos intangibles: el sonido de la pisada del gato, la barba de la mujer, las raíces de la montaña, los nervios del oso, el aliento de los peces y la saliva del pájaro. Lo que también podría entenderse como "Sí, a vosotros os vamos a contar nuestros secretos".

Fenris vio divertido como los dioses volvían a su lado fingiendo despreocupación. Su olfato le permitía percibir el temor que corría bajo sus falsas caras de alegría. Estaba empezando a disfrutar del juego, del poder de sentirse temido. Rio con ellos y fingió llevarles la corriente, deseoso de volver a mostrarles su poder.

Su expresión cambió cuando le enseñaron la cuerda. No le gustaba. Allí había magia. Podía olerla, sentirla. Por primera vez retrocedió y gruñó desnudando sus dientes. A duras penas lograron los dioses mantener su apariencia despreocupada, llamándole cobarde entre risas y prometiendo que le desatarían si no era capaz de romperla.

Tocado en su orgullo Fenris accedió a probar la cuerda con una condición: que mientras que lo intentaba uno de ellos debía poner la mano en su boca para demostrar que no se trataba de una trampa. Los AEsir se miraron entre sí, con la sonrisa congelada en sus rostros, y hubieran acabado renunciando de no haber dado entonces un paso adelante el valeroso Tyr, el único hacia el que el lobo guardaba algo de respeto.


Tyr y Fenrir, por John Bauer.

El dios accedió a poner su mano en la boca de la bestia y Fenrir se dejó atar. Cuando los AEsir se retiraron empezó a tensar sus músculos como había hecho dos veces anteriormente. Pero algo no iba bien. Por más fuerza que hacía la cuerda no sólo no cedía, sino que parecía hundirse más en su piel. Los dioses contemplaban expectantes como la bestia se revolvía cada vez más nerviosa hasta que no pudieron contenter su alegría y empezaron a cantar y a festejar su victoria. Todos menos Tyr, que envolvía en su manto el muñón de su mano derecha, arrancada de cuajo por Fenrir en el momento en que comprendió que había sido engañado.

Tyr había sacrificado su mano derecha para salvar al mundo del peligro de la gran bestia, que quedará atrapada en la isla de Lyngwi hasta que llegue el crepúsculo de los dioses, el temido Ragnarok.


Muerte de Tyr 

 

Está escrito que Fenrir seguirá firmemente atado hasta que los lobos celestes finalmente alcancen y devoren al sol y la luna (ver la entrada anterior). Ese día se unirá a su padre y sus hermanos para formar parte del ejército de los gigantes en la última batalla contra los dioses. Allí estará Tyr, portando su espada en su mano izquierda, el escudo firmemente sujeto en el muñón de su brazo derecho. Pero no será a Fenris a quien se enfrente, el gran lobo tiene destinado un enemigo aún mayor (como veremos próximamente). Tyr se medirá con el temible Garm, el gigantesco perro que guarda la entrada del inframundo. Terrible será la lucha entre los dos y grandes las heridas que se inflinjan hasta que ambos caigan muertos sobre el campo de batalla, convertidas dos más entre las incontables víctimas del Ragnarok.



Fuentes

Aparte de las habituales visitas a las páginas correspondientes de Wikipedia (la inglesa, principalmente), mi fuente principal sobre los mitos nórdicos proviene de dos libros que están en dominio público (en inglés):

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6 comentarios:

  1. Un post genial. No sabía que la mitología escandinava fuera tan imaginativa y entretenida...

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    1. Gracias Ricardo. A mí me encanta. Por un lado tiene una vertiente fatalista (está profetizada la llegada del Ragnarok que acabará con el mundo) y al mismo tiempo tienen sentido del humor, con escenas en las que ponen a sus dioses en ridículo.

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  2. Me he vuelto fan de tus escritos y de tu manera de contar historias.

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    1. Muchas gracias. Cuando me pongo a escribir siempre me queda la duda de si habrá gente al otro lado que lo aprecie, así que comentarios como el tuyo ayudan a cargar las pilas. :)
      Un saludo

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  3. Yo siempre estoy a este lado esperando tus escritos Malapata :-).

    Enhorabuena por esta nueva saga...

    Un abrazo,
    Marina

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    1. Muchas gracias Marina. Un abrazo para ti también :-)

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